La pintura de Cézanne abrió camino para las variadas experimentaciones
estéticas que caracterizarían las vanguardias al inicio del Siglo XX.
El término vanguardia procede del francés Avant-garde /ɑvɑ̃ gɑʁd/, un término
del léxico militar que designa a la parte más adelantada del ejército, la que
confrontará antes con el enemigo, la «primera línea» de avanzada en exploración
y combate. Metafóricamente, en el terreno artístico la vanguardia es, pues, la
«primera línea» de creación, la renovación radical en las formas y contenidos
para, al mismo tiempo que se sustituyen las tendencias anteriores, enfrentarse
con lo establecido, considerado obsoleto.
El vanguardismo se manifiesta a través de varios movimientos de vanguardia, los
ismos, que desde planteamientos divergentes abordan la renovación del arte,
desplegando recursos que quiebren o distorsionen los sistemas más aceptados de
representación o expresión artística, en teatro, pintura, literatura, cine,
música, etc. Estos movimientos artísticos renovadores, en general dogmáticos,
se produjeron en Europa en las primeras décadas del siglo XX, desde donde se
extendieron al resto del mundo, principalmente América del Norte, Centroamérica
y América del Sur.
En España e Hispanoamérica, el vanguardismo reacciona contra el modernismo,
cuyas innovaciones resultan insuficientes y caducas a ojos de los
vanguardistas.
Vanguardia significaba innovar o liberar la cantidad de reglas y estamentos que
ya estaban establecidos por los movimientos anteriores;
por eso se dice que la única regla del vanguardismo era no respetar
ninguna regla. La característica primordial del vanguardismo es la libertad de
expresión, que se manifiesta de manera peculiar en cada uno de los géneros
literarios y de la siguiente manera: en la narrativa, se diversifica la
estructura de las historias, abordando temas hasta entonces prohibidos y
desordenando todos los parámetros del texto narrativo; en la lírica se rompe
con toda estructura métrica y se da más valor al contenido.
Los cambios que produce el vanguardismo no afectan sólo a la literatura. En la
arquitectura se desecha la simetría para dar paso a la asimetría; en la pintura
se rompe con las líneas, con las formas y con los colores neutros y se rompe la
perspectiva para darle paso al grabado desordenado y ampuloso. En la escultura
aparecen las figuras amorfas que cada quien interpreta según su forma de
percibirlo, en la danza desaparecen todos los aditamentos y vestuarios clásicos
para utilizar de mejor forma la expresión corporal. En la música al igual que
en la literatura es donde se produce los cambios más radicales.
Contexto histórico y cultural.
Desde el punto de vista histórico, el primer tercio del siglo XX se caracteriza
por grandes tensiones y enfrentamientos entre las potencias europeas. Además de
la I Guerra Mundial (1914'' 1918), tendrá lugar la Revolución Soviética
(octubre de 1917), abriendo esperanzas para un régimen económico diferente para
el proletario y para los sectores más desfavorecidos
de la sociedad. Tras los felices años 20 (los «Años Locos»), época de
desarrollo y prosperidad económica, vendrá el gran desastre de la bolsa de Wall
Street (1929) y volverá una época de recesión y conflictos que, unidos a las
difíciles condiciones impuestas a los vencidos de la Gran Guerra, provocarán la
gestación de los sistemas totalitarios (fascismo y nazismo) que conducirán a la
II Guerra Mundial.
[pic]
Max Horkheimer (izquierda), Theodor Adorno (derecha), y Jürgen Habermas en el
fondo, derecha, año 1965 en Heidelberg, Alemania.
Desde el punto de vista cultural, es una época dominada por las
transformaciones y el progreso científico y tecnológico (la aparición del
automóvil y del avión, el cinematógrafo, el gramófono, etc.). El principal
valor será, pues, el de la modernidad, o sustitución de lo viejo y caduco por
lo nuevo y original. En el aspecto literario, era precisa una profunda
renovación que superase al romanticismo, al realismo y al simbolismo y el
impresionismo precedentes. De esta voluntad de ruptura con lo anterior, de
lucha contra el sentimentalismo, de la exaltación del inconsciente, de lo
racional, de la libertad, de la pasión y del individualismo nacerán las
vanguardias en las primeras décadas del siglo XX.
Europa vivía, al momento de surgir las vanguardias artísticas, una profunda
crisis. Crisis que desencadenó en la Primera Guerra Mundial y entonces, en la
evidencia de los límites del sistema capitalista. Si bien «hasta 1914 los
socialistas son los únicos que hablan del hundimiento
del capitalismo», como señala Arnold Hauser, también otros sectores
habían percibido desde antes los límites de un modelo de vida que privilegiaba
el dinero, la producción y los valores de cambio frente al hombre.
Resultado de esto fue la chatura intelectual, la pobreza y el encasillamiento
artístico contra los que reaccionaron, ya en 1905, Pablo Picasso y Georges
Braque con sus exposiciones cubistas, y el futurismo que, en 1909, deslumbrado
por los avances de la modernidad científica y tecnológica, lanza su primer
manifiesto de apuesta al futuro y rechazo a todo lo anterior. Conocida es la
frase de Marinetti: «Un automóvil de carrera es más hermoso que la Victoria de
Samotracia».
Así se dan los primeros pasos de la vanguardia, aunque el momento de explosión
definitiva coincide, lógicamente, con la Primera Guerra Mundial, con la
conciencia del absurdo sacrificio que significaba, y con la promesa de una vida
diferente alentada por el triunfo de la revolución socialista en Rusia.
Corrían los días de 1916 cuando en Zúrich (territorio neutral durante la
guerra), Tristan Tzara un poeta y filósofo rumano, prófugo de sus obligaciones
militares, decidió fundar el Cabaret Voltaire. Esta acta de fundación del
dadaísmo, explosión nihilista que proponía el rechazo total:
El sistema DD os hará libres, romped todo. Sois los amos de todo lo que
rompáis. Las leyes, las morales, las estéticas se han hecho para que respetéis
las cosas frágiles. Lo que es frágil está destinado a ser roto. Probad vuestra
fuerza una
sola vez: os desafío a que después no continuéis. Lo que no rompáis os
romperá, será vuestro amo.
Louis Aragón, poeta francés.
Ese deseo de destrucción de todo lo establecido llevó a los dadaístas, para ser
coherentes, a rechazarse a sí mismos: la propia destrucción.
Algunos de los partidarios de Dadá, encabezados por André Breton, pensaron que
las circunstancias exigían no sólo la anarquía y la destrucción sino también la
propuesta; es así que se apartan de Tzara (lo que dio punto final al movimiento
dadaista) e inician la aventura surrealista.
La furia Dadá había sido el paso primero e indispensable, pero había llegado a
sus límites. Bretón y los surrealistas (es decir: superrealistas) unen la
sentencia de Arthur Rimbaud (que junto con Charles Baudelaire, el Conde de
Lautréamont, Alfred Jarry, Van Gogh y otros artistas del siglo XIX será
reconocido por los surrealistas como uno de sus «padres»): «hay que cambiar la
vida», con aquella de Carlos Marx: «hay que transformar el mundo». Surge así el
surrealismo al servicio de la revolución que pretendía recuperar aquello del
hombre que la sociedad, sus condicionamientos y represiones le habían hecho
ocultar: su más pura esencia, su Yo básico y auténtico.
A través de la recuperación del inconsciente, de los sueños (son los días de
Sigmund Freud y los orígenes del psicoanálisis), de dejarle libre el paso a las
pasiones y deseos, de la escritura automática (que más tarde cuestionaron como
técnica), del humor negro, intentan marchar hacia una sociedad nueva
en donde el hombre pueda vivir en plenitud (la utopía surrealista). En
este pleno ejercicio de la libertad que significó la actitud surrealista, tres
palabras se unen en un sólo significado amor, poesía y libertad
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